jueves, 26 de julio de 2012

El intercambio.


La audiencia estaba señalada para un lunes. Tempranito, tempranito.-
“J”, mi cliente y “M” su ex, no tienen, como decirlo, la mejor de las relaciones.
Un hijo en común casi adolescente, una cuota alimentaria bastante mezclada, entre sumas atrasadas que vienen arrastradas y nuevas sumas desde que el Juez la actualizó.
Como “J” no es lo que podemos llamar, un descollo de virtudes, a saber, chupi, apuestas, caballos, mujeres… y la lista sigue, el Juez decidió que lo mejor es que el empleador le retenga cada mes, la cuota de alimentos para el nene. Porque, no nos engañemos, en cuanto “J” ve un peso, lo patina en la pista más cercana.-
“J” tiene bastante amor al trabajo, eso también es justo decirlo, de modo que al final del mes, gana más por horas extras que por las ocho horas reglamentarias.
“M” vive como si se ganara la lotería el cinco de cada mes. Como es de esperar, ella tampoco es un vergel, así que destina a su hijo la mitad de lo que “J” aporta y el resto, va todo en accesorios. Uñas esculpidas, peluquería, ropa, estética....
El día de la audiencia, a las 7 y media de la mañana, estaba vestida como si viniera del Maipo y hubiera dejado las plumas en la puerta.
Pelo color rojo rabioso, calzas, botas de taco altísimo y hasta la rodilla. Labios en llamas, escote al viento.
Apenas la vio, “J” se inquietó.
-“Esta reventada se emperifolla con mi guita!!! Yo soy el hazme reir de todo el condado.”-  Mientras gritaba, se encaminaba a ella.
“M” estaba en exposición y lo miraba con aire de triunfo. “J” estaba vestido como un harapiento. Un pantalón más roñoso no tenía para ponerse esa mañana. Es que los clientes piensan que si van a la audiencia de alimentos vestidos como un mendigo, el juez se va a apiadar y les va a bajar la cuota. No entienden que el juez está podrido de ver personajes desfilar por sus despachos. Por más que vos se los expliques, ellos van a muerte con su teoría.
Así fue como empezó la mañana. Cuanto él más se acercaba, los pelos rojos rabiosos de “M” se empezaban a erizar.
-“Me trajiste la ropa del nene???!!!”- le gritó sin decir buenos días.
-“Claro que te la traje, pero te la voy a dar ante el juez. Le voy a mostrar los calzoncillos sucios del nene. Roñosa que sos!!”- no se quedó atrás “J”.
-Qué ropa, qué calzoncillos, qué juez???? De qué hablan!???- yo no sabía si mi modorra matutina me nublaba el oído.
-“Acá tengo la mochila del nene, que pasó el fin de semana conmigo. No se la lleva a la casa, porque la madre me lo manda casi sin nada y yo termino comprando ropa todos los fines de semana. Ahora la mochila la tengo secuestrada y se la voy a dar delante de Su Señoría. Y voy a venir cada lunes acá, a Tribunales, a entregar la ropa y a mostrar la mugre con la que me lo manda”- se enserió “J”.
Despistó, me autocompadecí de mí misma. Esto es lo que tengo de cliente!!!
El casi no terminó de hablar, cuando ella se le abalanzó como una serpiente y a los tirones limpios le quiso arrancar la mochila que él traía agarrada en el brazo.
El resitía y tiraban al mismo tiempo, a los gritos.
Me despabilé de golpe. Ella no tenía abogado, así que no había nadie sensato del otro lado.
Al final, me metí entre los dos.
Salomónicamente terminé poniendo a uno en cada piso. Ella en el piso del tribunal y a él lo mandé al piso de arriba. Me arrastré como una babosa y le rogué a un pobre abogado madrugador, que tuvo la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, que me lo retuviera hasta que apareciera el Juez y se hiciera cargo del entuerto.
-“Flaca, me debés una tonelada de favores!”- sentenció el abogado ocasional. En esta vida, nada es gratis….

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