Con la mala experiencia del
casino, había virado hacia la gastronomía. En esta no había riesgos. Salvo el
de intoxicarse, claro. Pero comiendo en buenos lugares, esa posibilidad era
casi remota.-
Pero con los buenos lugares,
llegaron, otra vez a su vida, los chicos del valet parking.
Así fue que un viernes a la
noche, decide invitar a su esposa a un restaurante divino de Belgrano, en el
que, con suerte, aplicaría alguna promoción de la tarjeta de crédito y
encontraría algún vinito decente.
Llegaron, y otra vez, de cansado
nomás, le entregó la llave de su flamante auto al valet parking.
Cenaron, charlaron, chuparon unos
tubitos y cuando estaban por pedir la cuenta, escuchan gritos en la mesa de al
lado. Acercaron las orejas y escucharon al maitre explicarle al cliente, que,
sin querer, por supuesto, al valet parking se le había soltado el auto del
señor por la barranca del estacionamiento y había terminado contra el final de
la rampa.
El Sr.H y su esposa estaban entre
acongojados por la desgracia ajena y alegres por los tubitos, de modo que los
sentimientos eran encontrados.-
En eso estaban, cuando entre las
sombras, vieron acercarse al maitre a la mesa de ellos. Y ahí sí, el vinito,
las risas, todo, se congeló.
Sin preámbulos, el maitre les
dijo: -“No sé si habrán escuchado lo que sucedió con el auto del señor de la
mesa de al lado…..-“
-“Algo”- dijo el Sr.H.
-“Bueno, prosiguió el maitre,
resulta que en la caída por la barranca, el auto del señor terminó estrellado
al final de la rampa.-
-“Pobre gente”- se lamentó el
Sr.H. –“y por qué nos cuenta esto a nosotros? Qué tenemos que ver nosotros con
el auto del vecino???”- A esa altura, de perseguido nomás, el Sr.H pensaba que
el maitre conocía su desgracia pasada.
-“Bueno….. es que al final de la
rampa, estaba estacionado el suyo!!!!”-
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