miércoles, 6 de junio de 2012

Divorciar a los amigos


No sé si hay algo peor que hacerle el trámite de divorcio a una amiga. Porque una nunca es amiga únicamente de ella. En la mayoría de las ocasiones, aunque fuera esporádicamente, compartió un cumpleaños, reunión, comida o velorio con él.
Y aún cuando ella prometa y re jure que todo viene sin conflicto, eso nunca se mantiene hasta el final del juicio.
Pero como corresponde, todo esto lo olvido cuando viene alguna de ellas a contratar mis servicios de amiga-abogada.
Así me pasó con G. No hacía mucho que la conocía y tenía como contrapeso, que también lo conocía a F. Y como siempre, me agarró con el sí fácil.
Así arrancamos. F se había ido del hogar un par de semanas antes y todo parecía tranquilo. No entré nunca a preguntar en detalle el motivo de la separación pero G me había adelantado que hacía tiempo que las cosas no estaban bien.
Un viernes a la noche, G me llama desde la calle y me dice que la había llamado F para decirle que estaba en viaje al hogar para pasar el fin de semana con ella. Estaba desesperada. Me pidió que me juntara con ella y que juntas, fuéramos a su casa porque tenía miedo de enfrentarse a F ella sola.-
Como nunca puedo pensar antes de contestar, le dije que sí, que en diez minutos la encontraba y como eso no me alcanzaba levanté en el camino a D para que todos fuéramos en dulce montón.
La buscamos en la parada del colectivo, con D al volante (su auto era nuevito). Cuando estábamos por llegar, G y yo pensamos que lo mejor era ver cuándo el auto de F se aproximara a la casa, por lo que, para no ser descubiertos,  le indicamos a D que pusiera su auto en unos pastizales que había al costado del camino. D atinó a resistirse, pero dos a uno le ganaron. Y así nomás, metió su flamante auto entre los yuyos.
A los cinco minutos, vimos venir el auto de F. Y partimos atrás.
Llegamos, G abrió la puerta y los gritos de F empezaron a calentar la noche del viernes. Nos increpaba para que nos fuéramos y G lloraba para que no la dejáramos sola. D empezaba a inquietarse y a rascarse la cabeza (mal signo éste último).
La situación no aflojaba y entonces F acusó a G de habernos contado por qué se había ido. Ella se defendía jurándole y prometiéndole que nada había dicho. A esa altura, a D y a mí, el ansia de chimento ya se nos había ido, de modo que ni queríamos saber el motivo de la separación. Pero no pudimos evitarlo.
F gritaba cada vez más y entre tanta histeria gritó a los cuatro vientos: -“yegua, yegua, les contaste a tus amigos que me fui porque SOY PUTO!!!!”
- “Nooooooo, nooooo, no sabíamos nada!!!!! No queríamos saber nada!!!! No sigas, ahorranos los detalles por favor”
Pareció calmarse luego del desahogo. Yo tenía miedo de que empezara a pintarse los labios y entonces ahí sí que nos íbamos. Pero hizo algo más eficiente que provocó una huida masiva de D y mía.
Se paró delante nuestro, los intrusos, y fríamente dijo:
-“Yo quiero que se vayan, pero ustedes no se van. Como esta es mi casa, yo en mi casa hago lo que quiero y en general, ando desnudo.”- Y ahí nomás se bajó los calzones.
Tardamos cinco segundos llegar a la calle.
Nunca supe si se divorciaron.

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