miércoles, 26 de octubre de 2016

Muerte al GPS



En mi familia de abogados, el tío L es un personaje único. Señor mayor, de porte autoritario, muy formado y con nivel intelectual muy alto, al arrimar los 80 años, empezó, de a poco, a despedirse de la profesión.
Este retiro forzado de la actividad abogadoril le ha hecho perder el pelo, pero no ciertas mañas. Creo que la peor maña que siempre tuvo era la de no atender a los clientes cuando lo llamaban por teléfono y el no tenía una respuesta.-
Esa táctica podía ser efectiva en los años 60, cuando el cliente en cuestión tenía que caminar cinco leguas para llegar al teléfono más cercano y cuando su abogado no lo atendía, pasaba un mes hasta que emprendía la caminata otra vez para llegar al teléfono y encontrarse con que el tío L, tampoco lo atendía.
En estos tiempos, los teléfonos, los celulares, los whatsapp, los facebook, los twitter y cuanta red social te circunde, hace que no te puedas esconder de nadie.
Para su mejor confort, está viviendo en un instituto de cuidados de la vejez. Como el tío siempre fue top, vive en un lugar top.
Así y todo, está conectado por cuanta red social y medio de comunicación le permiten sus lúcidas ocho décadas. 
Desde acá lo ayudamos con la ejecución de algunas diligencias. Conserva algunos clientes históricos, la mayoría quebrados y tapados de quilombos, así que serán cinco pero valen por cincuenta. Yo me quejo desde el balcón de al lado, porque la verdad verdadera es que es mi hermano el que padece al tío y a sus clientes. 
Tratamos, de todas las formas posibles, de hacer que ellos nos llamen a nosotros y dejen al tío L un poco en paz.
El Sr.A no tiene modo de entender. Lo llama, le manda mails, lo acosa a mensajes. El tío, mañoso por décadas, siguió con su fórmula: no atiende el celular, no contesta los mails, lo bloquea en facebook. 
Pero con lo que el tío no contó fue con que su teléfono tenía activado el servicio de localización (quizás su hijo lo activó por miedo a que el tío saliera y no supiera volver a su nuevo hogar). 
El Sr.A puso su detective interior a trabajar y lo localizó. El diablo metió la cola y resultó que al cliente y al tío L sólo los separan trescientos metros de distancia.
Ya no pudo esconderse más. El Sr.A. va a la hora del desayuno y a la hora de la cena. A veces el tío L lo recibe, a veces no. Pero él sigue yendo dos veces por día, domingos incluidos. Parecería que como los mafiosos, quiere que el tío tenga siempre presente que no va a poder abandonarlo aunque haya abandonado la profesión y que su quiebra no puede quebrarlo del todo.


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