lunes, 3 de agosto de 2015

No hay nada como tener buenas influencias.




Hay gente que se quema las pestañas estudiando una carrera, llega a hacer un master y con el tiempo se da cuenta de que su verdadera vocación rumbea para otro lado. Nada admiro tanto como el coraje para reinventarse.
Mi amiga MP es el mejor exponente. Su talento innato está en los eventos. Es inigualable organizando, comprando, ambientando y coordinando celebraciones de cualquier tipo. No en vano nuestro macho alfa JLB la considera la mejor celebrando bacanales. 
Como toda mujer nacida del buen gusto, MP es exquisita. No es que va al Once y con eso te organiza una fiesta como si fuera Mac Gyver. Lo de ella cotiza en la aduana.
Lo que les voy a contar no podía no salir a la luz la última vez que nos juntamos. Su facilidad para llenar de cajas de Amazon a cualquier viajero desprevenido, como por ejemplo su suegra, es digna de admiración. Esta señora, además de espiritual, tiene como norma de vida, viajar con poco equipaje. Llega con un carrito mínimo y vuelve con cinco valijas gracias a MP. Cuenta la leyenda que una vez se fue a meditar a unas colinas en Estados Unidos, y tuvieron que hacer uso de un carrito de golf para hacerle llegar diariamente los paquetes del correo.
Pero hay ocasiones en que no le queda otra que pasar por la aduana. Así fue como cierta vez, en aduana le frenaron el envío. Ella intentò e intentò pero no pudo destrabar tan preciada mercadería. 
Juntó valor y se sentó a pedir, para no decir, reprochar, al marido, alguna gestión que alguno de sus contactos pudiera hacer para sacarle los bártulos.
El marido, G, es digno hijo de su madre espiritual. Le tiene una paciencia y un aguante que creo que ni el padre le tiene.Y empezó a gestionar. Fue a la aduana, rehizo las guías, las volviò a hacer, volviò a ir, pagó los derechos de importaciòn, llamó por teléfono, fue otra vez.... volviò a pagar. El tiene en ella una confianza ciega, por lo que supongo que esa es la razón por la que nunca le preguntó cual era la mercadería por la que libraba semejante batalla y quemaba docenas de favores. 
Y sí señores, como se los digo. Cuando la mercadería saliò, eran dos tubitos de confites multicolor para decorar tortas. 
Creo que nos faltó sentarnos en el cordón de la vereda para terminar de reirnos.
En su defensa, ella esgrimió: -No son confititos de morondanga. Son de los larga vida y comestibles-
Say no more.




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