Siempre admiré, en el buen
sentido, a aquellos que tienen la virtud de relatar un hecho de la vida diaria,
común y corriente y convertirlo en un relato histriónico, poético y hasta
romántico.
Distinto es aquel que, de un
hecho simple y cotidiano, hace una tragedia de la cual, además, pretende un
rédito económico descomunal.
Entre las muchas cosas que los
abogados hacemos, porque realmente somos versátiles, está la de contestar
demandas, estar en juicio, defender intereses propios y ajenos, y por qué no y
por sobre todas las cosas, intentar llegar a la verdad y contribuir a que se
cumpla el principio general según el cual la justicia es dar a cada uno lo que
le corresponde.
Esta es la historia de un señor
que, desde hace unos 15 años, trabaja como encargado de un edificio de
departamentos de unos cinco o seis pisos.
En este caso, vale aclarar, yo
estoy del lado de la compañía de seguros a la que el encargado de edificio y el
delincuente del abogado le quieren sacar una suma de dinero de seis cifras.
Empiezo a leer la demanda y luego
de un paneo general de las condiciones personales y familiares del encargado en
cuestión, el abogado relata las pésimas condiciones de trabajo y tareas casi
esclavas a las que el Consorcio de Propietarios de la Ciudad de Buenos Aires,
sometía al pobre señor.
Primer asombro: el señor
trabajaba 24 horas al día, porque siempre tenía que estar sometido a las
llamadas de los vecinos que podían haber perdido la llave.
Segundo asombro: el señor tenía
que limpiar la vereda del edificio. Para eso, tenía que cargar agua en un balde
y agacharse para ponerlo debajo de la canilla, cargarlo y agacharse nuevamente
para tirar el agua en la vereda.
Tercer asombro: el señor tenía
que ir hasta la cochera del edificio y revisar que el termotanque del edificio
estuviera prendido. Para eso, tenía que agacharse y doblar la columna.
Todas estas tareas, le produjeron
un daño irreparable en la espina dorsal y una modificación de la vida diaria,
de modo que casi no puede sentarse en el inodoro sin sentir dolor.
Esto no es joda, señores. Es
exacto como lo relato.
La demanda continúa. El señor
tenía que barrer. La posición de agarrar la escoba es una postura viciosa, que
le acarreó mayor daño a su espalda y cintura.
Como el señor no estaba conforme
con semejante esclavitud, también tenía que cambiar alguna bombita, en un
pasillo o en el hall de entrada. Para eso, tenía que extender de modo extremo
sus miembros superiores (en mi barrio se le llaman los brazos) y a veces,
incluso si no llegaba, tenía que subirse a un banquito y en ese caso el
Consorcio de Propietarios no le proporcionaba ningún arnés ni soga de
seguridad.
Yo entiendo que a veces uno
intente agrandar los padecimientos, entiendo que algunas personas pueden ser
hipocondríacas, pero no será un poco mucho?????????????.-